11 de noviembre de 2007

La muerte lenta de Luciana B.

Les dejo la nota que salió en el ADN Cultura de La Nación, sobre este escritor argentino, en mi opinión un talentoso contemporáneo. El que leyó Crimenes Imperceptibles (pronto a estrenarse la película de Alex de la Iglesia) sabe de quién hablo.

El imperio de las conjeturas
Tras convertirse en un éxito internacional con Crímenes imperceptibles, el escritor bahiense acaba de publicar La muerte lenta de Luciana B., una novela donde la verdad sobre una serie de muertes violentas se esconde detrás de múltiples versiones.

Define su última novela como un "policial abstracto", y no parece un dato casual. Entrenado en las ciencias matemáticas, Guillermo Martínez tiende a mirar la realidad lanzando al mismo tiempo sondas al lugar donde habitan las formas puras, las ideas intangibles. Durante la charla con el escritor, que acaba de publicar La muerte lenta de Luciana B. (Planeta), su cuarta novela, uno tiene la impresión de que es precisamente en este ida y vuelta del mundo prosaico a la esfera de las ideas esenciales donde se cocina una literatura que lo ha llevado a ser, probablemente, el escritor argentino vivo más leído fuera de las fronteras del país.

Martínez llega al café de Colegiales donde nos citamos envuelto en un impermeable que lo protege de la tormenta feroz que se abate sobre la ciudad. Parece el mismo de siempre, pero algunas cosas han cambiado. Su novela anterior, Crímenes imperceptibles , protagonizada por dos matemáticos que conjugan el Teorema de Gödel y la filosofía de Wittgenstein para resolver una serie de crímenes en Oxford, le valió el Premio Planeta 2003 y lo transformó en un autor global. Traducido a más de 30 idiomas, el libro lleva vendidos 120.000 ejemplares en Inglaterra (en la Argentina vendió 40.000) y acaba de ser adaptado al cine en una película dirigida por el vasco Alex de la Iglesia que el escritor acaba de ver en España -de disfrutar, podríamos decir, ya que se muestra muy conforme con la transcripción-, cuyo estreno está previsto para el año próximo.

Al Viejo Mundo no lo llevó la película sino la gira de presentación de la novela, que por estos días aparece aquí. Globalización mediante, La muerte lenta de Luciana B. salió primero en España, donde recibió críticas muy favorables. Como en el libro anterior, este policial sui generis presenta una serie de muertes y un enigma a resolver. Pero aquí los hechos importan menos que los temas que el autor explora a partir de ellos, entre otros la naturaleza esquiva de la realidad, el poder de la ficción, los alcances del azar y la medida de la venganza.

La acción empieza cuando Luciana irrumpe en los plácidos días del narrador, un escritor para quien había trabajado, con un desesperado pedido de socorro: tras la muerte de su novio y después, uno a uno, de sus seres más queridos, sospecha que llegó su turno en la perversa venganza de Kloster, un escritor que también le dictaba sus novelas y que, tras un confuso episodio con ella, es abandonado por su mujer y pierde a su hija.

Kloster, encarnación del escritor maldito, sostiene que esos hechos infortunados responden al más puro azar, aunque después se siente arrebatado por una extraña fuerza que le dicta las muertes de la novela que escribe, capaz de establecer inquietantes correspondencias con la realidad. Así, mientras se suceden los crímenes y la tensión crece, el narrador se ve atenazado por la más apremiante perplejidad. Como en Rashomon , la película de Kurosawa, solo hay versiones contrapuestas, relatos plausibles en pie de igualdad y un racimo de interrogantes: ¿se trata de crímenes premeditados o es todo un delirio de la supuesta víctima?; ¿puede un asesino urdir una geometría de muertes y simular que son fruto del azar?; ¿cuál es el límite entre realidad y ficción?

Además, como quien no quiere la cosa y sin que se note, Martínez desliza en la novela una vieja discusión sobre vanguardia y tradición que lo llevó a protagonizar una de las últimas polémicas de la literatura argentina. Aquí los tantos están invertidos: el narrador, autor vanguardista, busca un patrón de causalidad en hechos que no logra asir, mientras que Kloster, narrador puro y duro, más apegado al relato clásico que eslabona causas y consecuencias, lo corre por izquierda: "Es usted el que debería creer en el azar".

"La novela era al principio un cuento", dice Martínez. "Mientras escribía aparecieron derivaciones y empecé a trabajar de una manera diferente, alrededor de temas como la noción de venganza y la cuestión del azar ligada a la idea de que a lo largo de una vida pueden ocurrir muchas cosas desgraciadas y es muy difícil saber si se trata de fatalidades o si hay alguna especie de forma causal detrás, llámese la divinidad o la mano de alguien que está urdiendo una venganza."

-Dijiste que es un policial abstracto. ¿Por qué?

-Porque hay crímenes, pero el foco no está puesto en ellos sino en las conjeturas que se tejen alrededor, en las versiones que explican, todas de forma perfectamente creíble, la sucesión de muertes. El narrador asiste a estas campanas y el lector tiene que decidir cuál es el verdadero signo de los hechos. Esta novela tiene algo de los mundos de mis tres novelas anteriores. Hay muertes, como en Crímenes imperceptibles ; hay un mundo de escritores, como en La mujer del maestro , y está la acechanza de lo diabólico, como en Acerca de Roderer . Es una novela para el lector ahorrativo.

-De algún modo, el tema principal parece la naturaleza inaprensible de la realidad y cómo solo accedemos a versiones incompletas de ella

-Tal como decís, la realidad es susceptible de interpretación, y cuando aparecen hechos que forman una serie uno tiende a completar la serie asignándoles un sentido que proyectamos al futuro. Pero puede ocurrir que apelando a ese sentido causal completemos algo que embrionariamente no es más que efecto de lo aleatorio. Cuando escribía, pensaba también en lo que ocurre en la Argentina con los crímenes resonantes: si no se resuelven, la necesidad de completar la historia echa a circular versiones, todas con algún asidero. Es el imperio de las conjeturas. Eso es lo que le queda a la gente, y no la verdad, que permanece inaccesible.

-¿Hay una realidad objetiva o solo tenemos una suma de perspectivas?

-Yo creo que la hay. Una realidad cuya naturaleza y verdadera forma no podemos conocer. Lo que sí podemos conocer es su adecuación o inadecuación a nuestros deseos y propósitos. Podemos conocer la realidad a partir de estas resistencias y lo mismo pasa con las hipótesis matemáticas. Uno tiene una cierta idea de cómo hacer una demostración, pero el objeto a demostrar se resiste. Esto quiere decir que la idea tiene que refinarse, volverse más sutil.

-Por momentos, la realidad parece replicar la novela que escribe Kloster. ¿Cómo se corresponden realidad y ficción?

-"La ficción compite con la vida", dijo Henry James. Es decir, no es solo un reflejo o un testimonio de la realidad sino que ofrece nuevas hipótesis sobre ella. Alumbra conexiones que no son lógicas ni científicamente causales ni tienen que ver, a veces, con las coordenadas históricas o políticas. Hay relaciones o dimensiones de la realidad de las que solo puede dar cuenta la literatura, y que no son visibles hasta que uno las lee. Y esto ocurre como en ningún otro arte, porque la literatura combina la reflexión con las percepciones y las conductas humanas. Pero además, la literatura participa del orden de lo real de una manera extraña.

-¿De qué forma?

-Un ejemplo es el personaje de Frankenstein. La idea de la creación humana que se vuelve contra su creador es un mito que ha sido agregado a la realidad a partir de cierto momento y ahora forma parte del imaginario colectivo, incluso para los que no han leído la novela de Mary Shelley. Hoy sirve como reparo o señal de alerta para el desarrollo de ciertas investigaciones. En ese sentido, la literatura crea realidad.

-Esa suerte de ángel negro que le dicta a Kloster y que después, según Kloster, ejecuta lo que él escribe, ¿es una presencia del más allá?

-La idea era jugar con la noción de que hay un momento en que la ficción puede desbordar el marco ficcional y tener efecto sobre lo real. Hay escritores que creen en eso. Thomas Mann habla de los escritores como sismógrafos que son capaces de escuchar el rumor del futuro porque tienen una especie de sensibilidad exacerbada. Por supuesto, él creía ser uno de ellos.

-¿Qué pensás vos de esa idea?

-Yo creo que hay muchos escritores que escriben de muchos temas. Sería raro que alguno no acertara con alguna anticipación.

-Pero este ángel agrega una dimensión fantástica, ¿o no?

-Agrega lo que piensa Kloster. Se trata de la interpretación de Kloster.

-¿Creés vos en un más allá?

-En todo caso -ríe-, creo que la módica inmortalidad a la que puede aspirar un escritor es durar algunos años más en alguna biblioteca. Tampoco será mucho.

-¿En quién te inspiraste para crear a Kloster?

-Tenía que ser un escritor potente y oscuro, una especie de Conrad en el corazón de sus tinieblas. Y debía ser un narrador y no un teórico, un escritor de los que capturan al lector con historias. El narrador es como el contrapunto, alguien con un bagaje teórico que piensa en innovaciones, en variantes experimentales, en el azar. Además de escritor, es crítico y no tiene éxito con sus libros.

-En la novela, el azar no está homologado al sinsentido. Se afirma que hay "embriones de causalidad en el azar". ¿Podrías explicarlo?

-Esta novela no tiene matemáticas, pero sí una pequeña idea matemática camuflada que viene de la estadística y que aparece cuando el narrador tira una moneda para experimentar sobre el azar. Cuando uno tira una moneda cien veces, la probabilidad de que tengas una racha de seis o más caras o cruces es del ochenta por ciento. O sea, es muchísimo más probable que haya series que alternancias perfectas. Esto no es lo que el sentido común entiende por azar. Por eso Kloster le dice al narrador que el azar tiene sus patrones, sus repeticiones, su nostalgia de forma. ¿Hay una especie de azar intrínseco en la naturaleza o faltan explicaciones más sutiles para dar cuenta de esas relaciones? Este es uno de los grandes dilemas de la física contemporánea.

-Acabás de ver en España la versión cinematográfica de Crímenes imperceptibles. ¿Qué te pareció?

-Me pareció una película excelente, quedé realmente contento. Las actuaciones son sobresalientes. John Hurt es un actor extraordinario, y Elijah Wood como el estudiante está impecable. La película sigue con bastante fidelidad todos los rasgos principales de la trama. Tiene algunos cambios razonables, claro. Por ejemplo, el discurso matemático bastante preciso de la novela está suplantado por un discurso más general sobre la cuestión de la verdad. Y mientras que en la novela hay como un contrapunto de atmósferas y tensiones, la película tiene un ritmo más vertiginoso, como corresponde al cine de Alex de la Iglesia. Son cambios razonables. Quedé muy contento con la adaptación.

-Hoy estás dedicado a la literatura full time. ¿Cómo es tu día de trabajo?

-Sí, hace dos años dejé las matemáticas para dedicarme enteramente a escribir. Trabajo durante la mañana, de 8.30 o 9 hasta 12.30 o 13, no más de tres o cuatro horas. A la tarde me dedico a leer cosas cercanas al tema del libro que estoy escribiendo, ya sean novelas, cuentos o ensayos. Estar dentro de un mundo de palabras y de ideas afín con lo que estoy escribiendo es para mí muy importante.

-¿Cómo tomás el éxito internacional que alcanzaste con Crímenes imperceptibles?

-No me cambió en nada mi vida creativa. Tengo en lista de espera las mismas novelas que tenía antes. Pero sí cambiaron las condiciones materiales en las que trabajo. Ahora puedo dedicarle más tiempo a escribir, tengo más tranquilidad, en fin. Pero también mayor responsabilidad. Hay una expectativa mayor de uno mismo sobre la propia escritura.