27 de enero de 2013

Victoria Ocampo: la mère terrible

Transgresora y audaz. Tuvo admiradores y detractores pero nunca pasó inadvertida

El 27 de enero de 1979, hace 32 años, moría en su mansión de San Isidro (Villa Ocampo) quien alguna vez fuera bautizada, con mucho tino, como “la Señora Cultura”. Para entonces, Victoria Ocampo llevaba vividos 88 años y ya no tenía dinero. Había donado en 1973 lo que le quedaba de sus propiedades, joyas y libros a la Unesco y había invertido a lo largo de su vida su fortuna entera en proyectos culturales.


Para ella, nada parecía imposible. La fundadora y directora de la emblemática revista Sur, que se editó desde 1931 durante 40 años, fue una vez definida por Octavio Paz como la mujer que “educó a su país y a su continente”. No es menor que sea Paz, admirador de Sor Juana, quien pronuncie estas palabras. Con ellas expresa su estima por una mujer que se une a la lista de damas que abrieron camino a todas las que seguían en el tiempo. Con ellas, la unge como educadora, es decir, como madre de la cultura.

Seguros estamos de varios de nuestros padres en ese ámbito. Quizás, Victoria merezca ser considerada una de nuestras madres, acaso una mère terrible. Sus más acérrimos detractores, quienes la señalaban como clasista y conservadora, atemperaron su crítica luego de su muerte y, pese a cualquier discrepancia, entonces y hoy (tres décadas más tarde) es casi imposible cualquier análisis de la trayectoria de Victoria Ocampo que no admita su condición de mujer excepcional.

Aun siendo una cabal representante de su clase (la oligarquía), educada en francés, en una familia entre cuyos antepasados se cuenta a Juan de Garay, primogénita de seis hermanas y, como tal, indudablemente, depositaria –ante la ausencia de hijos varones– del mandato de preservar las tradiciones, fue, sin embargo, un ser monumental, que se animó a transgredir más de una norma.

Una mujer de una vanguardia absoluta que, en una época en que las mujeres vivían encerradas y oprimidas, se atrevió a acometer tareas que sólo eran admisibles –y lo seguirían siendo por años– en la esfera masculina. Y, de esta forma, señaló un camino. Tan sólo a modo de ejemplos, fumaba o salía a la calle en pantalones, se bañaba en la playa cuando ninguna mujer lo hacía, bailaba tango (considerado indecente en ese entonces) y fue de las primeras mujeres en tener carnet de conducir.

Le enseñó a manejar aquel que consideró el amor de su vida, Julián Martínez, con quien mantuvo una relación paralela a su matrimonio. Porque, aunque se había casado a los 22 años, con quien en su momento creyó el mejor de sus pretendientes, Victoria supo que quería separarse de su marido en su luna de miel, pero, por presiones sociales, debió esperar 8 años para poder hacerlo. Tiempo después quedó viuda y tuvo más de un amante. Alguno, incluso, mucho menor que ella.

SUR Y FLORIDA.

Victoria heredó la fortuna de sus tías y su padre, por lo que se transformó en una de las personas más adineradas del país. Todo lo invirtió, en principio, en la revista Sur y, poco después, en la editorial homónima. Sur fue bautizada así por sugerencia de su amigo el español Ortega y Gasset, quien, junto con el estadounidense Waldo Frank, al mexicano Alfonso Reyes, el dominicano Pedro Henríquez Ureña y el suizo Ernest Ansermet, conformó el consejo redactor extranjero de la publicación.

En cuanto a los colaboradores nacionales, desde el comienzo, un grupo de intelectuales destacados se comprometió con la iniciativa: Borges, Bioy Casares, Oliverio Girondo, Eduardo Mallea, Silvina Ocampo, María Rosa Oliver y Guillermo de Toro, conocidos como el Grupo Florida (puesto que la sede de la revista se situaba en esa calle). Más tarde, José Bianco y, en una segunda etapa de la revista, Alejandra Pizarnik, entre otros, se vincularon a la publicación.

Como foco cultural, la importancia de Sur en la historia de la literatura y la cultura nacional es enorme. Referentes mundiales, muchos de los que hoy se consideran pilares de la cultura, fueron traducidos al español, publicados y dados a conocer a los lectores argentinos gracias a Victoria Ocampo y su grupo. Tal es el caso de Virginia Woolf, Graham Greene, T.S. Eliot, Faulkner, Kafka, Genet, Camus y Henry James, entre muchos más.

Esas traducciones hoy son consideradas verdaderas joyas, puesto que fueron hechas por grandes escritores argentinos. Entre los hispanos, autores de la talla de Huidobro, Mistral, García Lorca, Neruda, Cortázar y Sábato, para mencionar algunos, también pasaron por las páginas de Sur. Victoria Ocampo, además, fue una verdadera embajadora. Hospedó a Rabindranath Tagore en su estadía en el país y se relacionó con Le Corbusier, Stravinski, Paul Valéry, Bernard Shaw, Lacan, Krishnamurti y otras figuras mundiales destacadas.

Su importancia como referente cultural, de la mano de su postura antirracista, antifranquista y contra el nazismo, le valió ser una de las pocas mujeres invitadas a presenciar los Juicios de Nuremberg. En nuestro país, fue la primera mujer miembro de la Academia Argentina de Letras. Como contrapartida, estuvo presa en la cárcel del Buen Pastor (un instituto para prostitutas) por un mes, durante el gobierno de Perón, sospechada de urdir un complot contra el general. Su biógrafa, María Esther Vázquez, señala que todos los días se hacía cocinar y llevar la comida a prisión para ella y sus compañeras presas.

Pese a este episodio, a su expreso antiperonismo y aunque nunca la conoció personalmente, fue elogiosa con respecto a Eva Perón, pues admiraba su irreverencia frente a los hombres, aunque lamentaba que se dejase guiar por un machista. En los 90, la dramaturga Mónica Ottino, las reunió en la ficción en la obra Eva y Victoria, en cuyas escenas no sólo se enfrentan estas dos argentinas emblemáticas, sino también dos clases sociales y visiones contrastantes del país.

María Rosa Lojo, por su parte, inmortalizó a Victoria en su obra Las libres del sur, una novela sobre Victoria Ocampo (2004), en la que, con gran maestría y una prosa exquisita, relata los primeros y cruciales pasos de Victoria en su proceso para llegar a ser la figura que fue en el ámbito cultural de Hispanoamérica. Su relación con Tagore, Drieu La Rochelle, el conde Keyserling, Ortega y Gasset y Waldo Frank, y la fundación de Sur aparecen ficcionalizadas en esta obra que, además, ayuda a comprender a las generaciones actuales el valor precursor, frente a las dificultades y prejuicios de la época, de esa mujer que supo sostener una vida apasionada y defender un destino pese a su condición femenina.

Victoria Ocampo, aquella joven de 19 años que enfrentó a su madre cuando en París le encontró oculto un ejemplar de De Profundis de Oscar Wilde, la que tuvo que renunciar por imposición familiar a su verdadera vocación: el teatro, y sin embargo, fue una pionera que se atrevió a romper tantas cárceles de género establecidas por una aristocracia retrógrada y conservadora, capaz de llevar adelante un emprendimiento cultural sin precedentes en el país, murió un día como este en Villa Ocampo, su casa transformada hoy en museo y centro cultural.

Fue una mujer seductora, enigmática, contradictoria, amada y odiada, con luces y sombras, pero, sobre todo, fascinante. Borges, con quien no tenía la mejor de las relaciones, dijo luego de su muerte: “En un país y en una época en que las mujeres eran genéricas, ella tuvo el valor de ser un individuo”. Dejó para los lectores sus Testimonios (10 volúmenes de artículos sobre sociedad, política y personajes) y sus Autobiografías (publicadas póstumamente en 6 volúmenes), sin embargo, su verdadero legado fue la impronta cultural de Sur. “Mi única ambición es llegar a escribir un día, más o menos bien, más o menos mal, pero como una mujer”, expresó alguna vez.

Por Ana Lis Señorena para Diario El Sol

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